Sobre Giannis, en busca de la felicidad

Giannis

En el este del Mediterráneo se encuentra una tierra fragmentada en un archipiélago infinito, diseminado bajo un cielo de dioses, que tiene miles de historias por contar.

Muchas son leyenda perdida, o mitología sempiterna. Otras, que son pasado, nos narran los cimientos de la civilización, de la democracia y del pensamiento. Hay memorias de guerra: auge, dominio, decadencia, sumisión y adopción. También podemos escuchar historias de cultura y deporte. O se pueden repasar tratados de política, filosofía y ciencia.

Hoy se habla de economía, de la crisis, las fallidas y los rescates. De Europa. Y del drama humano: de los niños ahogados en sus costas; de las pateras luchando, contra la fuerza del mar, para no naufragar; de los miles de personas que huyen de la vida, una vida de austeridad arrebatada cruelmente por la especulación armamentística de la tierra donde se dirigen, esperanzados, para salvar su existencia y soñando en una mejor.

Ahora están en el centro del huracán, desplazando todo lo otro con fuerza, como si sólo la crudeza de una guerra sin sentido pudiese provocar tal éxodo de personas desde su tierra natal.

Pero de fugas siempre ha habido, y es aquí donde empieza nuestra historia: en una desesperada huida en busca de una vida mejor.

Charles y Veronica llegaron a Grecia soñando con una oportunidad para ellos y un futuro para la familia que estaban a punto de empezar, lejos de su Nigeria natal, donde habían sido deportistas profesionales. En el país heleno, y sin papeles, Charles trabajó de lo que pudo y como pudo, persiguiendo insaciablemente una ocupación estable, y Veronica cuidó los hijos de otros mientras los suyos iban de un lado para otro, desahucio tras desahucio, huyendo del miedo de la deportación e incluso durmiendo en la calle.

Afrontar todo aquello les unió, ya no estaban solos en su odisea familiar. Sus hijos llenaban las tardes deambulando por las calles de Atenas, intentando vender a los turistas unas gafas de sol, un reloj de imitación o un imán del Partenón. No era hasta que habían reunido el dinero suficiente como para preparar un plato caliente o pagar el último recibo de la electricidad, que los jóvenes volvían a lo que consideraban su hogar.

Cuando aguantaban como podían en una casa de dos habitaciones, la grande de las cuales compartían cuatro hermanos larguiruchos y enjutos, los hijos de Charles y Veronica Adetokunbo tuvieron su primer contacto con el deporte de la canasta. Fue de la mano de Spiros Velliniatis, un cazatalentos y entrenador que quedó impresionado por su físico un día que se los encontró vendiendo réplicas de bolsas en la calle.

Velliniatis se los llevó a  una vivienda en el suburbio de Zografou, la más estable hasta entonces, al lado de la cual había un modesto gimnasio en el que empezaron a tomarse sus únicos momentos de paz.

Las horas que pasaban sobre el parqué del Filathlitikos de la segunda división helena permitían a Thanasis y Giannis, los mayores de los hermanos Adetokunbo, olvidar las penurias de su vida: una madre enfermiza, un padre que ayudar, unos hermanos que alimentar, unas facturas que abonar y un país que no les quería.

El baloncesto produjo un efecto especial en Giannis. Corriendo de un extremo al otro de la cancha, protegiendo su aro como si fuera su familia y atacando el otro sin reparo, descubrió una vía de escape. El baloncesto se convirtió en una deliciosa distracción, y pronto dejó de pensar en todo lo que no estaba relacionado con el balón, aprisionado en sus gigantescas manos.

Lo que había comenzado como un pasatiempo evasivo rápidamente evolucionó en unos instantes de alegría con los que, de vez en cuando, se permitía el lujo de soltar una fugaz gesto infantil en sus labios. Un gesto inconsciente que por natura había reprimido hasta entonces.

Resultó que Giannis estaba hecho para este deporte. Tenía una físico superdotado que le permitía brillar con luz propia en las sombras de la segunda división griega. Con su poderío y su proyección, se ganó un puesto dentro del equipo, y con ello un salario de quinientos euros mensuales que sumado al de su hermano y a lo que conseguía su padre haciendo de manitas, permitía a la familia seguir adelante, siempre unida.

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Un físico extraterrestre. / Foto: Dustin Snipes, ESPN

La vía que se había abierto en su mente cuando empezó a disfrutar en aquel pabellón de tableros viejos y ventanas rotas se ensanchó, mostrando una pequeña senda por la que sacar a su familia de la pobreza.

Entonces el CAI de Zaragoza llegó a Grecia, o un vídeo desde Grecia llegó al CAI.

El sueño de Giannis ya era entonces la NBA, pero los contactos habían sido mínimos y sin estar seguro de su futuro firmó un contrato para cuatro años con el equipo maño, el cual sería una buena escalera para seguir ascendiendo si no conseguía su objetivo. Puede que este fuese el detonante en su carrera, el trampolín que empujó al segundo de los Adetokunbo a los brazos de la NBA, o puede que ya estuviese bien fijado en su órbita, pero la verdad es que, a partir de ese momento, su nombre sonó cada vez con más insistencia en el otro lado del Atlántico y los viajes al antiguo continente se hicieron con más frecuencia.

Los acontecimientos se precipitaron.

Uno de los que más se sentó en aquel humilde escenario con capacidad para poco más de 500 aficionados fue John Hammond, el General Manager de los Milwaukee Bucks, y enseguida quedó completamente prendado del jugador. Con una franquicia que había pasado las dos últimas décadas en constante renovación y que la temporada anterior se había clasificado para Playoffs con un pobre pero suficiente balance de 38-44, Hammond quería liderar otra transformación como la que le había valido el premio a Ejecutivo del Año en la temporada 2009-2010. Y para ello, la precocidad y el imponente y exótico físico de Giannis eran fundamentales.

Ilustres de los despachos como Danny Ainge o Sam Presti coincidieron con Hammond en aquella pequeña grada que se llenaba para ver un fenómeno sin igual y la cotización de Giannis siguió subiendo, en una ascensión meteórica hacia el estrellato.

El interés de la NBA despertó de su ignorante letargia las instituciones griegas, quienes rescataron de la oscuridad de su deprimido paraíso turístico a la familia de Giannis y los expusieron a la categoría de héroes nacionales. De un día para otro, el país que los había recibido pero no acogido, entregó la ciudadanía a los renombrados Antetokounmpo para asegurarse la presencia de los hermanos en la selección helena. Después de dos décadas como inmigrantes nigerianos malviviendo bajo el miedo de la deportación, eran griegos “de toda la vida”.

Aquel logro fue el golpe de efecto para que Giannis escogiera la NBA en vez de cumplir el contrato firmado con el CAI. Ya no se trataba de dinero, pero no podía olvidar el impacto que había tenido la NBA en su vida y la de su familia, como tampoco aparcar momentáneamente su sueño americano con un baloncesto que brilla con luz propia. Decidió perseguirlo, hasta que lo capturó.

Así, el 27 de junio de 2013, Giannis Antetokounmpo se presentó al Barclays Center de Brooklyn junto a su hermano Thanasis, con flamantes trajes nuevos acompañados de sendos pasaportes. Los Thunder, uno de los equipos que más de cerca le habían seguido, decidieron finalmente decantarse por reforzar su juego interior con Steven Adams, y el camino hacía el griego quedó despejado para los Bucks. Hammond no dudó ni un instante, y Stern acabó pronunciando lo que era un secreto a voces: la escalada en el Draft de 2013 que Giannis había comenzado de la nada, culminaba con la decimoquinta posición.

Giannis tumbaba de un manotazo las puertas de la NBA, y su vida iba a cambiar para siempre.

i-1Tumbaba con un manotazo las puertas de la NBA. / Foto: Dustin Snipes, ESPN

Una lluvia de sentimientos, desconocidos y reprimidos durante años, empezó a circular libremente por su cuerpo, desembocando en su rostro con una enorme sonrisa resplandeciente, reflejo de su alma desbocada.

La batalla que había plantado a la vida en las ardientes calles de Atenas, aguantando estoicamente el intenso sol heleno de los calurosos veranos mediterráneos mientras trajinaba con los recuerdos turísticos que le daban de comer, había cesado. Ya no iban a pasar hambre, ni a temer quedarse sin techo.

Dicen que con su primer sueldo se compró, caprichosamente, una consola que no llegó a desembalar concomido por el remordimiento, mientras gran parte de su familia seguía aun en Grecia, y que terminó vendiendo al entonces entrenador asistente de los Bucks, Nick van Exel.

Su primer año en la NBA fue de descubrimiento.

Por un lado, Giannis fue una revelación para los aficionados de Milwaukee, que ante una de las peores temporadas que se recuerda en la ciudad de Wisconsin, mantuvieron el tipo partido tras partido atraídos por aquel joven jugador de nombre impronunciable y físico extravagante, que le valieron el apodo de The Greek Freak.

Con la temporada ya perdida a finales de noviembre, Larry Drew hizo su mayor contribución en su año en Milwaukee, dando la titularidad al griego a mediados de diciembre. Fueron poco más de veinte partidos que no cambiaron para nada el desenlace de aquella temporada, un hilarante 15-67 y una profunda reforma en el verano siguiente, pero Giannis empezó a mostrar al mundo un futuro ilimitado hacia el cual solamente él marcaría el camino.

No se trataba de su gran habilidad anotadora, ni de una consistencia sobrenatural en el rebote, ni una dirección de juego asombrosa o una infranqueable fortaleza defensiva. Era la capacidad de hacerlo todo y hacerlo bien.

Por el otro lado, Giannis halló un mundo que hasta entonces tan sólo había soñado con el olor que desprendían los turistas en el puerto del Pireo, mientras los perseguía con su saco lleno de imitaciones en su desembarque del crucero. Así, aprendió a conducir impregnado con el olor de coche nuevo, experimentó con cientos de sabores que sus labios ni siquiera habían imaginado, voló en aviones más espaciosos que su apartamento en Grecia y tastó el frenesí de la vida NBA.

Para los que estuvieron a su alrededor en sus inicios, Giannis era como un niño en el cuerpo de un hombre; un pozo sin fondo deseoso de conocimientos, de aprender sobre todo cuánto le rodeaba. Pero detrás de su inmensa sonrisa y su mirada curiosa, había una madurez aún más ávida. La madurez que alguien que se ha forjado a su mismo luchando contra mil adversidades y que sabe que ya todo depende de él. Y siguió creciendo, entrenamiento tras entrenamiento.

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Kidd es, probablemente, la figura más importante en su progresión. / Foto: Benny Sieu, USA TODAY Sports

El verano de 2014 supuso un golpe de inflexión en la franquicia, apostando para un entrenador joven cómo Jason Kidd que venía de un primer año en los Nets marcado por la irregularidad y un final de temporada meteórico.

Kidd apostó fuerte por los jóvenes, entregando el equipo a Knight, Antetokounmpo, Middleton y el flamante número 2 del draft, Jabari Parker. Aprovechando la frescura física de sus chicos, Kidd exprimió su rendimiento defensivo al máximo, convirtiéndolo en el eje del juego del equipo. Los Bucks fueron en equipo que más balones robaba y el que más pérdidas infligía en el rival, pero lo que ganaban a un lado de la cancha lo perdían en el otro, con una marcada inexperiencia y una prominencia al juego anárquico ofensivo que les condujo a ser el segundo equipo que más balones perdía de la competición.

Pese a su juego irregular, al traspaso de su estrella (Brandon Knight) y a la prematura lesión de Parker, los Bucks nunca dejaron de rondar el 50% de victorias, y tirando de orgullo y descaro en los últimos partidos de la temporada regular, consiguieron clasificarse para Playoffs en el descafeinado Este. En ellos, dieron una buena imagen frente a los siempre mermados Bulls, pero terminaron sucumbiendo al poderío interior de los de Illinois.

El griego terminó su segunda temporada con sus promedios creciendo de modo desorbitado, y en verano se convirtió en la gran sensación helena en el Eurobasket que acabó bajo la tiranía del Gasol más sabonisiano.

La vuelta a la rutina vino cargada de grandes noticias. Kidd había contactado con Gary Payton para que trabajase con el jugador en su manejo de balón y su visión de juego. Fue una declaración de intenciones del entrenador californiano, quien estaba decidido a explotar todo su potencial y convertirlo en uno de los jugadores más dominantes de la competición.

La verdad es que su cuerpo y su movilidad siempre han recordado a aquel joven que condujo a Michigan State a los alto del circuito universitario y que marcó un antes y un después en el deporte de la canasta, liderando los legendarios Lakers delshowtime. La NBA sigue buscando un nuevo Magic desde que el original tuvo que retirarse antes de tiempo, y el nombre del griego está marcado en líneas rojas. Con la intervención de The Glove, la progresión de Giannis fue examinada con lupa para los altos mandos de la competición, conscientes de que el futuro del baloncesto está en sus manos.

En una última campaña decepcionante a nivel colectivo, con un Monroe que llegó como estrella y no ha hecho más que provocar un ambiente crispante en el vestuario y un Carter-Williams que no se ha recuperado de su lesión y ha exhibido un rendimiento muy por debajo del que lo condujo a ser Rookie Of The Year en 2014, Giannis trajo la ilusión a nivel individual.

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Giannis persigue el balón, y los sueños. / Foto: Jeff Hanisch, USA TODAY sports

Cumplió todos los pronósticos, dando evidencias de un desarrollo imparable y consagrándose como el porvenir de este deporte con unos promedios de 16’9 puntos, 7’7 rebotes y 4’3 asistencias.

Una vez terminada la temporada regular Kidd anunció que el año siguiente Antetokounmpo será el base titular del equipo, dando por finalizada la conversión de Freak a Magic. Así, la NBA parece por fin encontrar de nuevo este jugador con un halo extraterrestre que enamoró en el pasado, y Giannis parece seguir el camino inverso al realizado por Kukoc, quien fue el primer intento de sustituir a Johnson y terminó convirtiéndose en antesala de Nowitzki.

Puede que las grandes expectativas puestas en él y el seguimiento que se ha creado a su alrededor se concentren sobre sus hombros haciendo presión y dificultándole alzar el vuelo, pero de momento, nada ha conseguido borrarle la sonrisa de su llegada a la NBA.

Después de tantos años en busca de la felicidad, Giannis parece más que preparado para soportar esta carga. Al fin y al cabo, ya lo dijo nada más llegar: “No quiero ser un buen jugador, quiero ser un gran jugador”.

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