Sobre la magia del Palau

Pueden decir que el Palau es silencioso, que los culés estamos apoltronados en nuestra localidad como emperadores viendo los leones destrozar bárbaros indefensos en la arena, como señores feudales bostezantes frente la decapitación del ladrón, como burgueses despreocupados contando la fortuna hecha en la última expedición mercante.

Pueden decir que sólo nos despierta de nuestro asosiego la victoria apabullante de los leones, el desenlace final del verdugo, o el cómodo comercio con Nápoles.

Mienten.

Puede que no animemos, que sólo nos levantemos de nuestro trono cuando los jueces ataquen a nuestro favorito, y emitamos silbidos críticos cuando nuestros leones coman a desgana, el hacha no tenga un corte fino o el comercio napolitano no haya sido muy fructífero.

¡Que no nos engañen!

Lo que queremos los aficionados es un combate a vida o muerte entre gladiadores, unas justas donde nuestro joven y apuesto protegido tumbe de su caballo el caballero oscuro y una imprevisible y peligrosa aventura a las Indias.

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El aficionado sabe cuando hace falta crear un ambiente único / Foto: FC Barcelona

El Palau tiene las cosas claras, y es uno de los públicos más listos e ilustrados que hay. Porqué pese al vergonzoso viaje a Moscú, y a solamente rellenar el expediente frente Unicaja, sabía que ayer tenía que darlo todo.

Las sensaciones anteriores daban para demostrar el disgusto y dejarlos tirados. Pero el Palau no es así. Confía en su equipo, y se vuelca con él en los momentos importantes.

El Palau quiere que su equipo le arrastre al cielo con espectáculo y buen baloncesto, pero también sabe cuándo debe empujar a los jugadores, hacerles creer, soñar y ayudarles a no rendirse.

Ayer, frente la todopoderosa armada rusa, los hombres de azulgrana se dejaron la piel en la primera mitad, arrastrando el aficionado con ellos. Fue en la segunda mitad, cuando los chicos de Pascual sucumbían ante la omnipresencia gala y el talento serbio, que ese espíritu de épica y remontada se presentó en este pequeño recinto que llamamos hogar.

El aficionado compensó su equipo por el sacrificio, le sujetó en la caída y le mostró el camino.
Cogió entonces la delantera el mejor Arroyo, desarrollando, por fin, el papel por el que se le había fichado.

Le acompañó, renacido de sus cenizas, un gran Tomic que impuso centímetros, talento y carácter dentro la pintura, devolviendo, agradecido, la paciencia que el culé le había dedicado.

Luchó cómo nadie Satoransky, el chico llamado a liderar este Barça en un futuro no muy lejano. Toda entrega, pasión, y compromiso, justo lo que más pide cada seguidor.

Y decidió Doellman, como sólo él sabe hacerlo. Apareciendo de la nada y coloreando su gris partido con el éxtasis más jubiloso.

Pero no nos engañemos, ayer el Barça ganó dos finales que perdió el CSKA, sobre todo la segunda, dando la posibilidad del triple en vez de mandar el balón a la línea. Itoudis salió victorioso de su duelo particular con Pascual para ver cuál de los dos gestionaba peor el final de partido. Para el griego este reconocimiento, para Pascual, un partido que sabe a gloria y que vale un año más de cabeza.

Veremos si el milagro de ayer sirve como punto de inflexión para despegar en una temporada que hasta el momento, ha avanzado a trompicones. Las sensaciones son irregulares, los resultados efímeros, y la memoria del Palau muy larga (para lo bueno y para lo malo). El Barça sigue pendiendo de un hilo, pero también dependiendo de sí mismo.

Cambiar el pésimo juego de todo el año es difícil tarea para un Pascual que, cómo le pasó a Pep, parece ya muy saturado. Pero a diferencia del de Santpedor, algo le impide reconocerlo. Pascual aún cuenta con una última carta (que ya veremos si le sirve para mantener su particular poltrona): un Palau que va a devolver cada gota de sangre, sudor y lágrimas que sus jugadores vuelquen sobre el parqué. Un Palau que va a estar con su equipo mientras éste respete y se entregue, en cuerpo y alma, a su escudo, a sus colores.

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Que no se acabe la magia. / Foto: El Juego de Naismith

Sólo de Pascual y sus hombres depende que se establezca esta comunión entre equipo y afición que crea un ambiente similar, a la par que distinto, al del Pionir, el Pireo o Kaunas.

Una comunión que permita al equipo superar toda adversidad, sea un equipo con más talento o la falta de respeto arbitral cada vez más común que padece el Barça. Una comunión que permita, con una sonrisa y la cabeza bien alta, decir sin excusas: “Lo dimos todo”.

Ésta es la magia del Palau.

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